Llevaba toda la tarde sentada frente al ordenador, sin levantar la vista de sus apuntes, con la puerta del balcón abierta de par en par. El escritorio, bajo la ventana paralela a la puerta del balconcillo, recibía la poca luz que quedaba del atardecer. De repente, algo llamó la atención de nuestra protagonista. Arqueó una ceja y miró hacia el suelo, girando levemente la cabeza hacia la izquierda. Un pequeño pajarillo se había colado por la puerta y, dando pequeños saltitos, se adentraba en su habitación mientras piulaba tímidamente.
A la chica se le escapó una sonrisilla, mientras el pequeño gorrión la miraba en actitud un poco vacilante. La muchacha, volvió a dirigir su mirada hacia la pantalla y, de reojo, vio cómo el pajarillo se adentraba cada vez más hacia su cuarto.
El animalillo estuvo un buen rato campando por allí a sus anchas, y la chiquilla cada vez se sentía un poco más especial. Qué tontería - pensó por haberse sentido así. Pero lo cierto y verdad es que la sonrisa no se le borraba del rostro.
De repente, lo escuchó revolotear, y pudo comprobar cómo se había posado en uno de los manillares de su bici estática. Lo tenía justo detrás. Se sentía observada. Observada por un gorrión. Eso sí que era una auténtica estupidez. Una pequeña risa se le escapó al pensarlo, y temió por un momento que la única compañía que había tenido en toda la tarde se esfumara. Para su sorpresa no fue así. El pequeño animal piuló y, esta vez, más fuerte que las anteriores.
La chica giró su cabeza y estuvo observándolo durante un rato. El pajarillo le devolvía la mirada, moviendo la cabeza de un lado para el otro, como suelen hacer los pájaros. Tenía pinta de ser un gorrión joven, y sus ojos emanaban la misma sorpresa, probablemente, que los de la muchacha.
Tras un ratillo bajó al suelo y salió al balcón, pero no se fue muy lejos, no. Salía y entraba. Y salía y entraba. Y así estuvo durante largo tiempo. Hasta que, finalmente, partió. No sin antes otorgar un buen canto y, por qué no decirlo, una muy buena compañía a quien iba a tener una larga, pesada, aburrida y solitaria jornada de estudio sin nada interesante que contar.
Dios... dime que eso pasó... No encuentro una onomatopeya lo suficientemente elocuente para expresar toda la ternura que siento ahora mismo...
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