martes, 19 de octubre de 2010

Un día, cualquiera.

Se fue aquella sensación de vacío, menos mal, ya le estaba preocupando.
Miró a su alrededor. Perdón, no miró, no. Observó, por primera vez en muchísimo tiempo.
Vio a una anciana, debía tener alrededor de los noventa, cruzando la calle. Pelo blanco y ojos grises, no muy alta. Se movía con rigidez. 
Qué malo es cumplir años - pensó.
Tras ella, una muchacha joven la adelantaba, con paso ligero. Llevaba unas gafas de sol en la cabeza, el pelo no le llegaba a los hombros. Aparentemente llevaba prisa. Aparentemente. 
Algo le hizo abrir más los ojos a nuestra observadora.
Apreció cómo la muchacha se paró y giró, ayudando a la viejecilla a cruzar, ya que el semáforo estaba a punto de cambiar de color.
De ese gesto nació una tímida sonrisa en la cara de la anciana, ya arrugada.
No fue la única que brotó. 
Definitivamente, aquel día fue uno de los mejores de su vida.

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